Si es difícil reseñar un poeta, mas difícil resulta si es alguien tan premiado como Rolando Campíns que con su sensibilidad artística y su nostalgia de desterrado, ha generado una de las obras más importantes de la poesía mulata cubana.
Este hijo de Palma Soriano nacido en 1940, allá por el año 1959 se radicó en Nueva York donde funda y dirige las Revistas Vanguardia y Nueva Sangre, ambas dedicadas a su gran pasión, la poesía. Allí escribió El Libro de los Trips el primero de una trilogía — con “El Iniciado” y “Las musas cafres”— que significó un experimento creativo donde conviven y se confunden, lo cotidiano y lo filosófico, la poesía narrada y la narración poética, los guiños del humor con la desnudez, inefable o terrible, de la vida. En fin, una obra literaria de gran altura y belleza donde se percibe una forma nueva y sorprendente de hacer poesía.
Su fructífera estancia en Gran Canaria desde 1974 ha incluido la publicación de varios fascículos: El iniciado (1977), Heredad de no olvidos (1982), Hundimiento del agua (1983), Estudio (1984), Visita (1985), Buscada (1986), Abuela Luisa (1987). Y ha sido antologado en Poesía Hispánica (Madrid, 1967), de Luís Jiménez Martos; Poesía en éxodo (Miami, 1970) de Ana Rosa Núñez; Ultima Poesía Cubana, (Madrid, 1973) de Orlando Rodríguez Sardiñas; y en Poetas Cubanos en España (Madrid, 1988) de Felipe Lázaro. Y también ha ganado los prestigiosos premios CEPI con su poemario Vecindario (España, 1966) y Ateneo de Bellas Artes, con el Sonsonero Mulato (Nueva York, 1969), ambos de Nueva York; Árbol sin paraíso, Las tribulaciones y los sueños (España, 1971) fue también merecedor del premio del Instituto Nacional del Libro, en Madrid.Pero entre todos, el Sonsonero Mulato (1969) de Rolando Campíns es uno de los libros capitales dentro de la poesía contemporánea cubana con motivos negros. Un poemario donde recurriendo a lo afrocubano, un elemento esencial de nuestra cultura, expresa sus vivencias personales para revelarnos un conocimiento profundo y legítimo de su Palma Soriano añorada. Una métrica tradicional donde se recrea el habla, las costumbres, la música y las creencias de mulatos y negros cubanos. El poema-prólogo de esta obra, “A mi tierra oriental”, es toda una declaración que identifica al poeta con su pueblo. Fue tal vez donde su dolor de desterrado lo que permitió a su genio artístico acercarse a lo querido, a lo conocido, con hondura y elegancia.
De Oriente soy y soy palmero
Toda la sangre india que no tuve me hace indio.
Toda la sangre negra que no tengo me hace negro.
Mi tierra tiene
cara rebelde, crencha dura,
ritmo vibrante y pegajoso
producto de la sangre de los negros, y es caliente mi tierra
Mi tierra,
el alma recia de los recios árboles
y el corazón sensible de un zumbete...
cuando muera,
que me devuelvan a mi tierra.
En el Sonsonero Mulato Campíns evoca a los hombres y mujeres sin nombre que tejieron la historia de su pueblo. Y lo hace desde una perspectiva muy personal y auténtica. Ahí está Edelmira, la vecina que machaca café tostado todos los días; los negritos que no pueden pagar la entrada a los titiriteros; al chino infeliz de quien los chicos se aprovechan y le vuelcan la canasta de verduras; Basilia Carrión, espiritista y comadrona que fermenta pru y le baila a los orishas; Guillermina y Ña Teresa que se mueren de hambre, con sólo un boniato en la mesa; la valiente viuda Ana Setién que abandona su pueblo para abrirse paso en la vida; Pití Musí, ñáñigo muerto en el barracón; Vidalida la Bantú, la Virgen Cimarrona; el bueno de Laudinó, asesinado por la madrugada… Si alguien ha mostrado a Palma, ese es Rolando Campíns, una de las voces más representativas de la última poesía mulata.
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