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sábado, 15 de octubre de 2011

El Juego en Palma Soriano


Jugadores ha habido siempre y también los hubo en Palma. Ricos herederos que perdían hasta la camisa en los exclusivos salones del Unión Club y terminaban suicidándose al no poder pagar sus deudas; jugadores compulsivos que desfalcaban el lugar donde trabajaban para pagar sus deudas de juego y luego huían de la justicia toda la vida; infelices que buscaban en la ilegal “bolita” el dinero imprescindible para sus cubrir necesidades diarias…

Pero dos juegos eran el centro de atención de los palmeros: la lotería y las peleas de gallos. Con la primera se apostaba al sueño de convertirse en millonario de la noche a la mañana; con la segunda, más que las ganancias era el estímulo de adrenalina generado por la lidia lo que importaba.

Con la lotería hubo casos increíbles como el de Baldomero Casas Fernández, el único millonario verdadero que tuvo Palma en la década de los 50. Cuando llegó de España en 1925 con 17 años era el típico "sobrín" de Antonio Casas, dueño de un modesto almacén de café, azúcar de consumo local, e importación de víveres y mercancías. Pero el muchacho tenía chispa, inteligencia, don de gente… y pronto se ganó la confianza del tío que aprovechaba sus habilidades para estrechar relaciones con personajes en posiciones claves para sus intereses comerciales. Alrededor de 1940, ya Baldomero era socio de Casas y CIA. y aprovechó su experiencia en el giro para aumentar las ganancias del negocio cuando la II Guerra Mundial generó necesidades extraordinarias de ciertos productos básicos en otras partes del mundo.

En 1945, al terminar la guerra, Casas y Compañía se había convertido en la mayor del giro en su territorio y una de las primeras en el país. Pero Baldomero no dejó de apostar al sueño de la lotería: compró un billete y ganó el premio mayor. Y en lugar de gastar el dinero en lujos extravagantes decidió incursionar en la industria azucarera que conocía bien porque durante años actuó como refaccionista de las tiendas mixtas que existían en los ingenios y colonias de caña. Pensando en grande, ignoró los temores de que el final de la guerra significara nuevas restricciones en la producción de azúcar y compró al Royal Bank of Canada el Central Borjita, situado entre Dos Caminos y Palma Soriano: siete años más tarde la producción se había triplicado. Un poco más tarde, en 1948, compró al mismo banco el central Baltony y repite la hazaña: en menos de diez años su producción aumentó en casi un 50 %. Enorme estímulo para otros hacendados del país que comenzaron a adquirir centrales azucareros adquiridos por compañías extranjeras desde principios de siglo. Alrededor de 35 ingenios pasaron a manos cubanas en un verdadero proceso de “re-nacionalización” regido por las reglas de libre empresa donde todos quedaban satisfechos. Un rescate del patrimonio nacional sin lesionar los legítimos intereses foráneos. En 1958 el 70 % de la industria azucarera de Cuba estaba en manos cubanas.

Otro juego muy popular donde se apostaba fuerte, casi un deporte nacional, eran las peleas de gallos. Tres vallas de gallos hubo en Palma Soriano: una en La Cuba, otra en Moncada de Lilo Martínez y otra en la avenida Libertad cerca del antiguo camino del Pilar propiedad de Antonio (ñico) Rodríguez. Allí se mezclaban hombres de todos los niveles económicos y desaparecían las clases sociales cuando los gallos salían al ruedo y la valla se estremecía del piso al techo por la gritería de la muchedumbre. Hasta una asociación tenían, el Club de los Giros.

Comenzaba la pelea y las aves saltaban, lanzándose picotazos, dispuestos  a herir o matar con las espuelas. El primer gallo herido, sangra; las apuestas estallan en el aire enrarecido de la valla: ¡ vente a dié…. Vente a dié…., lo cojo, lo cojo coño!. Uno de los gallos, el de color mulato se lanza a fondo, levanta las espuelas y en fracciones de segundos pica, hiere, hunde, arranca y la punta de una espuela llega hasta el corazón del otro animal que muere sin darse cuenta porque la sangre lo ahoga, lo ciega. Los gritos de los ganadores sirven de sinfonía. Otros dos gallos ya vienen en las manos de sus dueños que los acariciaban como niños recién nacidos para continuar su ¨pasión¨.

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