Piscina natural de poca profundidad. Al fondo los acantilados del r'io Cauto |
Palma Soriano no es una ciudad costera, es una ciudad ribereña. No tenemos playa… ni la necesitamos porque tenemos el Cauto que nos espera siempre a una milla del pueblo. Allí los palmeros se han refrescado del calor veraniego desde que el pueblo empezó a formarse, en aguas poco profundas o en otras más peligrosas; se han divertido en el Arrastradero, una corriente larga y rápida que sonaba al atravesar por los acantilados con un fondo liso y suave que terminaba en un pequeño charco turbulento. En su centro, una gran piedra, la parte superior de una persona según una vieja leyenda, recordaba la precaución necesaria al deslizarse por el Arrastradero.
Más adelante, una misteriosa piscina de fondo incierto en cuyas oscuras y tranquilas aguas nadie se atrevía a nadar. Una antigua leyenda recogida entre otros por Eduardo Vázquez, el padre Beteleu y Samuel Deulofeu, cuenta la historia un curita español–gallego por añadidura– que recién llegado a Palma se sintió tentado por las aguas de aquella maravillosa piscina natural tapizada por grandes lajas y repleta de biajacas. Pero temeroso de que alguien le viera sin ropas, se lanzó al agua con sotana y todo. Cuando la gruesa tela comenzó a enchumbarse, el peso le hundió y ni cuatro hombres pudieron sacarlo de las profundidades. Nadie recuerda el nombre del sacerdote pero el lugar fue bautizado por la voz popular como “la poza del Pai” ¿Será este otro cuento o estará basado en una historia real?
De cualquier manera, la Poza del Pai no es la única en el trayecto que sigue el Cauto mientras abraza a Palma Soriano en su milenaria tarea de alisar las piedras. Los palmeros conocen bien la del Deportivo; la Fría, la del Chorrito y la de los Caballos.Y nadie teme a sus aguas. Cada año, semanas antes de declararse abierta la temporada de verano, decenas de palmeros avituallados con refrescos, jugos naturales o las tradicionales ‘empellitas de puerco”, siguen bajando hasta la calle Moncada y al llegar al Callejón de Soriano enrumban hacia el río Cauto que los espera para refrescar el cuerpo y el alma.
Esta alegría natural, ese disfrute de las cosas simples fue quien inspiró siempre a los palmeros. Para eso estaba esperando el caudaloso Cauto.
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