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domingo, 23 de octubre de 2011

Lida Barbosa Camps: una artista casi olvidada por su pueblo

Muchos palmeros la recuerdan. Quizás tuvieron el privilegio de asistir a uno de sus pocos recitales, o fueron sus alumnos en la Academia de Música incorporada al Conservatorio de Santiago de Cuba que funcionaba en su casa. Tal vez al pasar, tarde en la noche, frente a su vieja casona de la calle Martí escucharon los maravillosos acordes de su piano.

Lida Barbosa Camps, artista genuína, mulata con clase, hija del Dr. Rafael Barbosa, el dentista que atendía a todo el que tocaba a su puerta cuando un dolor de muelas no le dejaba dormir, sin importarle su ropa raída o sus rústicas botas, sin mirar la hora del día o la noche, sin preguntar si podía o no pagarle. Padre de una familia culta, con un hijo médico al que todos llamaban simplemente Rafelito (siempre amable y sonriente como si ganar y conservar amigos fuera lo más importante de su vida) y dos hijas piamistas, la dulce e inolvidable Gladys, maestra de musica en la academia su su hermana y Lida, la artista dotada y sensible.

Se dice que Lida estudió piano con la profesora santiaguera Dulce María Serret, aplaudida y premiada en escenarios franceses, de quien aprendió todo lo que pudo sobre teoría de la música  y técnica de tocar el piano. Pero su maestría con el teclado era obra de una sensibilidad que ni las sílfides del bosque ayudadas por la magia de los duendes hubieran podido imitar.

Más los años no pasan en vano y desaparecida su academia, privada de las alumnas que alimentaban su alma y sin apoyo de las autoridades culturales, Lida languideció, envejeció a la par de las maderas carcomidas de la casona donde había nacido y donde transcurrió su esplendorosa juventud.


La última vez que escuché tocar aquellos dedos privilegiados fue a principio de los años 80, cuando su sobrino, Max Enrique Barbosa, entonces director de la Casa de la Cultura (antiguo Unión Club) quiso darse el gusto de mostrar el arte de una artista genuinamente palmera. Muchos asistieron a este último concierto del que nada quedó grabado, ni el repertorio interpretado ni los aplausos recibidos.
Y aquella vieja casa una vez llena de ilusiones, en cuyo inmenso patio paseaban libremente palomas y pavos reales, tampoco sobrevivió cuando faltó su musa. Ese espacio hoy lo ocupa un parque nombrado Eros aunque, en justicia, debería llevar el nombre de Lida Barbosa Camps para que las nuevas generaciones recuerden siempre el nombre de quien fue pionera de la cultura palmera.

Dicen los vecinos que algunas madrugadas se sienten en el parque las bellas melodías de un piano arrullando a los novios y amantes refugiados allí. ¿Será el alma de Lida que los arropa con su arte?

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