Bienvenido, palmero

Bienvenido a tu casa, palmero

domingo, 23 de octubre de 2011

Lida Barbosa Camps: una artista casi olvidada por su pueblo

Muchos palmeros la recuerdan. Quizás tuvieron el privilegio de asistir a uno de sus pocos recitales, o fueron sus alumnos en la Academia de Música incorporada al Conservatorio de Santiago de Cuba que funcionaba en su casa. Tal vez al pasar, tarde en la noche, frente a su vieja casona de la calle Martí escucharon los maravillosos acordes de su piano.

Lida Barbosa Camps, artista genuína, mulata con clase, hija del Dr. Rafael Barbosa, el dentista que atendía a todo el que tocaba a su puerta cuando un dolor de muelas no le dejaba dormir, sin importarle su ropa raída o sus rústicas botas, sin mirar la hora del día o la noche, sin preguntar si podía o no pagarle. Padre de una familia culta, con un hijo médico al que todos llamaban simplemente Rafelito (siempre amable y sonriente como si ganar y conservar amigos fuera lo más importante de su vida) y dos hijas piamistas, la dulce e inolvidable Gladys, maestra de musica en la academia su su hermana y Lida, la artista dotada y sensible.

Se dice que Lida estudió piano con la profesora santiaguera Dulce María Serret, aplaudida y premiada en escenarios franceses, de quien aprendió todo lo que pudo sobre teoría de la música  y técnica de tocar el piano. Pero su maestría con el teclado era obra de una sensibilidad que ni las sílfides del bosque ayudadas por la magia de los duendes hubieran podido imitar.

Más los años no pasan en vano y desaparecida su academia, privada de las alumnas que alimentaban su alma y sin apoyo de las autoridades culturales, Lida languideció, envejeció a la par de las maderas carcomidas de la casona donde había nacido y donde transcurrió su esplendorosa juventud.


La última vez que escuché tocar aquellos dedos privilegiados fue a principio de los años 80, cuando su sobrino, Max Enrique Barbosa, entonces director de la Casa de la Cultura (antiguo Unión Club) quiso darse el gusto de mostrar el arte de una artista genuinamente palmera. Muchos asistieron a este último concierto del que nada quedó grabado, ni el repertorio interpretado ni los aplausos recibidos.
Y aquella vieja casa una vez llena de ilusiones, en cuyo inmenso patio paseaban libremente palomas y pavos reales, tampoco sobrevivió cuando faltó su musa. Ese espacio hoy lo ocupa un parque nombrado Eros aunque, en justicia, debería llevar el nombre de Lida Barbosa Camps para que las nuevas generaciones recuerden siempre el nombre de quien fue pionera de la cultura palmera.

Dicen los vecinos que algunas madrugadas se sienten en el parque las bellas melodías de un piano arrullando a los novios y amantes refugiados allí. ¿Será el alma de Lida que los arropa con su arte?

viernes, 21 de octubre de 2011

El parque Martí: un libro de historia escrito en piedras

Cuando un palmero recuerda a Palma, inevitablemente piensa en el parque Martí, corazón palpitante de la ciudad, punto obligado de encuentros, lugar insustituible para refrescar el alma. Otras ciudades exhiben catedrales y teatros de incalculable valor arquitectónico e histórico. Nosotros, nos enorgullecemos de un parque bajo cuyos árboles frondosos nacieron nuestras primeras ilusiones juveniles.  

Pero el parque Martí es también un resumen de la historia de la  ciudad que el tiempo no ha podido borrar como tantas otras cosas. Comenzó como un simple espacio reservado para ejercicios militares, la Plaza de Armas, en los planos de parcelación originales de la Caballería de la Virgen, y por muchos años sólo sirvió para que allí pacieran tranquilamente los animales que deambulaban por el caserío. Al terminar la Guerra de los diez años, la población había crecido lo suficiente para convertir el Partido de Cauto Garzón en Ayuntamiento independiente de Santiago de Cuba y al año siguiente, y en 1880, se plantaron dos hileras de salvaderas para trazar los límites de la Plaza de Armas, aunque la situación no cambió mucho. Y tampoco mejoró cuando el Teniente Coronel español Cesáreo Ruiz Valero ordenó cercarla con alambres lisos sujetos por horcones de madera y cubrir con lajas sus límites con el Camino Real de la Isla (hoy calle Martí) para evitar el pastoreo de animales. Tanto la cerca como la acera desaparecieron en poco tiempo y en su piso de tierra seguía creciendo la hierba. Como carecía de asientos los vecinos sólo la utilizaban para acortar camino entre una calle y otra.  

Fue en una de sus esquinas donde se expuso el cadáver de José Martí cuando cayó en Dos Ríos en 1895. Y en el mismo escenario fue recibido con júbilo y patriotismo, el  27 de agosto de 1898, el escuadrón Cumaná encabezado por el general del Ejército Libertador Agustín Cebreco. No es sorprendente pues que el primer alcalde electo de Palma Soriano, el comandante mambí Arístides García Gómez, tras rebautizar la antigua plaza con el nombre de José Martí mediante una Ordenanza Municipal en 1904, se trazara como objetivo convertirla en un verdadero parque para el disfrute de la población. En 1905 se derribaron las salvaderas, se niveló el terreno, se instalaron 16 bancos de madera, 4 farolas de petróleo (una en cada esquina) y se construyó un muro que le rodeaba por sus cuatro lados. A partir de ahora, el parque Martí será el corazón vivo y palpitante de la ciudad.

El nacimiento del moderno Palma Soriano (1910 – 1914) con la inauguración del primer Acueducto, una planta eléctrica y la instalación de algunos teléfonos se reflejó también en nuestro parque. En una de sus esquinas abrió sus puertas el Teatro Martí, primer cine de la ciudad con sus paredes de madera y techo de zinc. Al mismo tiempo se colectan fondos entre vecinos y comerciantes para mejorarlo y hasta las recaudaciones obtenidas por la operación de un ferrocarril en miniatura que el Sr. Mariano Berland había instalado desde julio de 1909 en las inmediaciones del parque para delicia de los niños, fueron donadas para embellecer el lugar.

Con ese dinero se construyó un paseo de circunvalación del que partían ocho paseos transversales: uno de cada esquina y uno de cada media cuadra que convergían en una rotonda central, dejando entre ellos espacios triangulares utilizados como jardines. En los paseos, hechos de lajas como la circunvalación y la rotonda, se instalaron bancos de madera con espaldar. Y toda el area se iluminó con farolas eléctricas que sustituyeron las de petróleo. Pero la comisión “Pro Parque Martí” no quedó satisfecha: quería colocar en la rotonda central un monumento que recordara la breve estancia del cadáver del Apóstol en este lugar. Un sueño caro, sin lugar a dudas.

Por esa época se guardaban en la casa del concejal  José Rafael Estrada, las piezas de un monumento destinado a señalar en Dos Ríos el lugar exacto donde cayó Martí que, financiado por suscripción popular, había sido esculpido en Italia en mármol de Carrara. Pero el deplorable estado de los caminos de acceso impedía que los pesados mármoles llegaran a su destino. Entonces, a propuestas del alcalde municipal, Gerardo Gómez Aja, y con la aprobación del concejal Estrada, se decidió emplazarlo en la rotonda central del parque. El 25 de agosto de 1912 se colocaba la primera piedra y el 20 de mayo de 1913 quedaba solemnemente inaugurado el monumento tras ser desvelado por el General del Ejército Libertador Jesús Rabí. Ese día, además de los diversos actos y desfiles para celebrar el nacimiento de la República, se produce allí, a los pies del Apóstol, la primera retreta pública de la recién fundada Banda Municipal de Música compuesta por 20 jóvenes palmeros que con sus flamantes uniformes iniciaron una tradición que todavía perdura. Desde entonces, el parque y su monumento han sido testigos de actos, conmemoraciones y actividades diversas del pueblo palmero.

Por décadas, pasear por el parque Martí en las cálidas  noches de Palma, las mujeres en un sentido y los hombres en el contrario, fue –y sigue siendo- una de las diversiones preferidas de la juventud. Allí podían darse cita los jóvenes enamorados, compartir con los amigos el último libro adquirido en la Casa Rego o los resultados del juego de pelota de la noche anterior o simplemente pasar un rato entretenido.

Hoy, la retreta sigue funcionando los jueves y domingos; en sus bancos, los jóvenes siguen reuniéndose al salir de la escuela y el parque Martí sigue siendo punto de encuentro para todos los palmeros que le consideran suyo, porque lo es.






miércoles, 19 de octubre de 2011

Una respuesta necesaria

Estaba preparando una entrada sobre los viejos edificios de Palma Soriano cuando un amigo de facebook, Eddy Gil, me recomendó que leyera Perdimos a Cuba, un artículo publicado en mayo del 2011 en el blog de Zoe Valdés, aunque su autora es Amalia Agramonte, la biznieta del mayor general Ignacio Agramonte. Y quedé tan anonadada que no he podido resistir la tentación de contestar.

Y es que yo soy de aquella generación de niños cubanos, víctima de culpas ajenas, que vio desintegrarse su vida aún antes de comenzar su historia, que vio desaparecer a sus compañeros de juegos ante la urgencia paterna de salvarlos del comunismo. Y mientras los unos sufrieron los rigores del desarraigo y la tristeza de crecer en suelo extraño; los otros fueron obligados a marchar y repetir consignas mientras aprendían a callar sus opiniones, renegar de sus tradiciones y abjurar de sus principios para poder sobrevivir. Los primeros perdieron la Patria a cambio de libertad; los segundos, perdieron la Patria y la libertad. Aquellos desarrollaron el espíritu, el talento, la iniciativa con nuevos patrones civiles aunque sin renunciar a sus raíces; estos fueron desvastados espiritualmente hasta olvidar los últimos vestigios de la educación cívica, la moral tradicional y los sentimientos más sagrados del hombre perdiendo no sólo sus raíces sino hasta su propia identidad nacional.

Entre los que quedaron allá, algunos, los mayores, lograron esconder en los más inaccesibles rincones del pensamiento el eterno anhelo de libertad individual mientras esperaban tiempos mejores. Otros, los más pequeños, pronto olvidaron la realidad anterior y a fuerza de repetir hasta el cansancio las consignas oficiales, llegaron a aceptar como normal su situación de siervos. Y muchos hasta alababan la miseria dando gracias a la revolución por su situación de esclavos protegidos. Como dijera Virgilio Piñera, “si Kafka hubiera vivido en Cuba, no sería un escritor surrealista, sería un escritor costumbrista.”

Esa es la diferencia esencial entre los viejos y los nuevos exiliados. No es problema de edad ni de generación, sino de experiencias vividas. Al cubano de ayer le robaron las propiedades, el dinero y un estilo de vida muy difícil de recuperar; al cubano de hoy le robaron los sueños, la ilusión, la individualidad, la automotivación y lo redujeron al status de no-persona. Son dos Cubas diferentes, ambas legítimas, ambas amadas: la de los que añoran la patria que dejaron atrás y a la que recuerdan sin cambios, como si hubiera quedado suspendida en el tiempo y en la historia y la de los que se convirtieron en esclavos que daban vivas a la revolución mientras soñaban con abandonarla definitivamente.

El miedo mis amigos, embota el raciocinio. Y obliga a callar los verdaderos pensamientos, a adaptarse al medio cambiando de color como los camaleones para protegerse. Si los negros sudafricanos hubieran encontrado una forma de parecer blancos en la época del apartheid hubieran podido evitar muchos de los desmanes de los racistas. Aunque no por mimetizarse dejaran de ser negros. Entonces ¿Por qué acusar a los cubanos que viven en la isla de practicar una doble moral?

No nos toca a nosotros hacerle el juego al régimen rechazándolos por “mediocres” o “chusmones” sino servir de puente para recuperar y sanar el alma nacional. Porque esa Cuba mediocre y chusmona es tambien nuestra Cuba. Y no es menospreciando al cubano de hoy por ser diferente como vamos a lograrlo. Nosotros, cubanos libres debemos ayudar al cubano esclavo a recuperar el espiritu de progreso, la pujanza económica y su autoestima social arrebatadas por la dictadura. Nuestra historia verdadera, escamoteada y distorsionada por más de cincuenta años, debe ser rescatada para mostrar hasta donde podemos llegar en un ambiente normal de libertad y civismo. Nuestro papel como ciudadanos libres es servir de puente entre el pasado y el futuro.
Los recuerdos no deben servirnos sólo para fantasear en lo que podíamos haber sido, también deben servir para visualizar lo que podemos llegar a ser en el futuro. El presente, aquí y allá, depende de todos los cubanos, los de aquí y los de allá porque todos seguimos siendo cubanos aunque hallamos echado raices en tierra extraña. 

Los tiempos han cambiado, el mundo ha cambiado gracias a las nuevas tecnologías que han agrietado, casi destrozado el muro de la censura comunista. Y aquel rebaño obediente que soportaba callado todas las injusticias está perdiendo el miedo porque sabe que sus acciones no quedarán ignoradas, que serán conocidas inmediatamente en todo el planeta. Sabe que su voz se escuchará en todos los rincones y que las imágenes que acusan al gobierno cubano no serán ignoradas. Para el cubano esclavo que nunca pudo desarrollar un proyecto personal, Libertad y Democracia ya no son palabras vacías en la retórica totalitaria. ¡Están despertando y comienzan a exigir su derecho a tener derechos!

Tal vez perdimos a Cuba temporalmente. Es una realidad que sólo podemos aceptar si miramos al futuro y nos empeñamos en recuperarla. Porque los valores esenciales están ahí, escondidos, ocultos pero florecerán cuando la libertad les abra espacio.

martes, 18 de octubre de 2011

Palma Soriano, una ciudad orgullosamente mulata

Los palmeros necesitamos muy poco para ser felices. Fiesteros por naturaleza, aprovechamos los domingos para dar una vuelta por el Parque Martí o para celebrar una fiesta en el Tropical Park. No nos gusta tratar a nadie de usted, entramos hasta la cocina en las casas de nuestros vecinos, sonreímos fácilmente, nos burlamos de nuestras propias desgracias y hasta en la funeraria hacemos un chiste verde.

Lo mismo jugamos al dominó en la calle Cisneros entre Martí y Maceo de Palma que en un parque de la calle 8 de Miami. Pero siempre con fichas bien hechas, preferentemente de marfil para que suenen tan fuerte sobre la mesa como la voz de los jugadores.

Despreciamos a los envidiosos, detestamos los oportunistas, odiamos la ambición y la mentira, la doble cara y la avaricia. Pero sobre todo, repudiamos con todas nuestras fuerzas a los chivatos.

Nos proponemos lo que todos creen que no vamos a lograr y tratamos de conseguirlo de cualquier modo porque hemos hecho del “a lo mejor” un lugar común para la expectativa.

Cubano hasta la médula, el palmero tiene respuestas para todo, lo sabe todo, lee los periódicos entre líneas, y es capaz de arreglar el mundo mientras se toma una cerveza. No importa si está en la calle 8 o en la calle 26 de Julio, en la Terraza Club o en el Versalles,  en el BBQ de  Martí esquina Céspedes o en La Carreta de la sagűesera. Pero eso sí, somos gente humilde, no somos pesimistas ni nos ensañamos en la victoria porque nuestra estirpe no es de perdedores.

Así es nuestra ciudad con su cultura mulata fruto de la unión de blancos y negros, moros y españoles, chinos y japoneses, cristianos y hebreos. Una ciudad solidaria, humana, hospitalaria, próspera y alegre donde el color de la piel o el origen social es secundario porque lo que realmente importa es la aristocracia del talento.

lunes, 17 de octubre de 2011

Una esquina palmera: Martí y 26 de Julio

La esquina de Martí y Estrada Palma, hoy 26 de Julio, es y ha sido siempre el corazón palpitante de la ciudad. Allí se encuentran la tienda La Campana, el restaurant y cafetería El Ovejito, y la Cafetería Central No. 1 con su Terraza Club en la segunda planta. La cuarta esquina es el Parque Martí, que tan gratos recuerdos de juventud le trae a todos los palmeros.
En los años 30, Manuel Martínez abrió las puertas de La Campana, una tienda de ropas y bisutería donde se vendía de todo… y a muy buenos precios: Camisas de trabajo a ochenta centavos; pantalones de mezclilla a peso; medias de trabajo a 25 centavos; sombreros a la moda y con cintas a tres pesos, zapatos Amadeo o Tom McCain muy populares en otros tiempos. Anteriormente, el edificio albergó varios pequeños negocios, entre ellos una barbería cuyas encristaladas paredes pueden verse en otras fotos antiguas, con varios clientes sentados en sillas de tijera esperando su turno mientras leen el Diario de la Marina, Bohemia o Carteles y dos sillones de barbería, ocupados con peludos clientes.
El dueño de La Campana, Manuel Martínez, era un hombre singular y carismático que como buen comerciante minorista sabía que un cliente satisfecho vale por dos… y siempre vuelve a la tienda. Con su eterna sonrisa, Manolo siempre estaba disponible para atender a todos, gastara cinco centavos o varios pesos. Cuando veía, desde su escritorio en la trastienda, que un cliente se iba con las manos vacías, salía raudo y veloz con su gran sonrisa en ristre y le mostraba diversos cofres llenos de objetos, y casi seguro el hombre o la mujer de la ciudad o de tránsito por Palma se llevaba algo. El piso del salón era de mosaicos españoles, mientras el amplio corredor y los escalones que se elevaban dos niveles desde la acera estaban cubiertos por gruesas lajas extraídas del Río Cauto. En algunas fotos de antaño se pueden ver las gruesas argollas de bronce donde amarraban sus caballos los que venían de los montes aledaños o los vendedores de viandas, frutas y hortalizas que transportaban en serones de yagua sobre mulos y burros. Hoy, remodelada y convertida en una moderna tienda por departamentos.
Al frente, en la década de los 50 y principios de los 60, se levantaba el amplio Bar Rodríguez con su parte techada y la otra, tipo terraza, sin techo pero protegida por unas maravillosas enredaderas por las que se filtraba la luz del sol antes de llegar a las mesas. Hoy ha sido remodelado y la terraza de enredaderas ya no existe. En su lugar se levanta hoy el acogedor restaurant El Ovejito.
Esta esquina fue y sigue siendo una zona muy transitada de Palma. Entre el bar Rodríguez y la cafetería Oquendo se encontraba la piquera inter-municipal de autos de alquiler cuyos choferes, que por algún motivo eran llamados boteros, eran muy conocidos y respetados por todos los que necesitaban viajar a Santiago. ¿Quién de aquella época no recuerda a Sosa, a Fausto, a Guiro…? Al lado de La Campana, por Martí, estuvo más tarde la Ruta 34, línea de ómnibus entre Santiago de Cuba y La Habana, aunque también paraban allí otras rutas con destino a Manzanillo y Holguín.  Allí lo mismo se voceaba a pleno pulmón un número para el próximo sorteo de la lotería que los mil y un productos de la confitería criolla. Y por supuesto, no podían faltar los sillones de limpiabotas (en la foto se ven dos) actividad conque decenas de palmeros se ganaron la vida, generación tras generación.
La cafetería Oquendo fue famosa en los años 50 entre los choferes de guaguas, carros ligeros, motociclistas y transeúntes que allí podían tomar, las 24 horas del día, una taza de aromático café que apenas costaba tres o cinco centavos. Hoy se ha transformado en la Cafetería Central No. 1 de Palma Soriano, dotada con una nueva cafetera a vapor que cuela al instante y televisor en colores donde puedes tomar una taza de café acompañada de una azucarera de cristal y agua por un precio de 45 centavos.
En los altos, la Terraza, un club que en los 50 llenó de música y alegría las noches palmeras propiedad de Cuco Fajardo Fiol. Aquí, el primer día del carnaval de 1952 estrenó Beny Moré la canción Adiós a Palma Soriano del bayamés Ramón Cabrera, que casi se convirtió en un himno de la ciudad. .
Muchos comercios privados han desaparecido en los últimos 60 años, pero La Campana, el Bar Rodríguez, la Cafetería Oquendo y la Terraza siguen en pie aunque sus nombres hayan cambiado, recordándonos insistentemente aquellos negocios originales de una de las esquinas más concurridas de la ciudad que con el paso de los años se ha convertido en algo muy especial en el corazón de lo que fue y será Palma Soriano.



domingo, 16 de octubre de 2011

Olguita Diaz: Arte, humor y cubanía

Otra gloria de Palma Soriano, que nació en 1936 rodeada de “cantadera” y vivió para llenar el espacio que la rodeaba con su alegría inolvidable y un talento artístico que se le desbordaba por cada poro de su piel.

 La recuerdo muy jovencita cuando llegaba a mi casa y apenas saludaba abría el piano y comenzaba a tocar. Más tarde fue mi maestra de música en el Instituto Sanderson.

Pero un día, a finales de 1958, en respuesta a un concurso del Festival de las Américas diseñó una bandera que debía presentarse tamaño natural. Y en el comedor de mi casa, junto a mi mamá que había comprado suficiente tela azul en El Volcán y guiándose por un mapa de las Américas sacado de un libro de cuarto grado pintaron el continente, los rayos del sol que habría de representar la unidad y libertad de sus pueblos… y ganó el concurso. Poco tiempo después viajó a Estados Unidos a recoger su premio de mil dólares. Pero era el año 1959 y como en Cuba había comenzado el terrible huracán que ya dura más de 50 años, decidió no regresar.

En Estados Unidos siguió estudiando música, hizo una maestría en piano performance en la Universidad de Miami, se casó con el amor de su vida, el uruguayo Mauricio Pancier, y nació su hijo Michael Anthony Pancier, prestigioso abogado de Miami. Pero también conoció grandes talentos de la música cubana como René Touzet, Mario Fernández Puerta, Robertico Lozano, María Ciervide… Junto a ellos cultivó la música cubana, con calidad y categoría. “No la cosa fácil que hace popular una canción, sino la cosa difícil que hace que el público se eduque y empiecen a escuchar cosas más importantes”

Cubana hasta la médula, de sonrisa fácil y siempre con un chiste a flor de piel, Olguita hizo gala de una gracia criolla donde se aunaban la simpatía, la originalidad y la agilidad mental. Una criolla con sandunga, una cubana ejemplar, no solamente por la maravilla de su arte en el teclado sino por su forma de hacernos llegar la música que interpretaba, ya fuesen autores clásicos o a músicos populares.

Pianista, cantante, interprete de alto calibre, Miami la recuerda alegrando las noches del desparecido restaurante Giovana en Coral Gables, formando parte del exclusivo grupo de pianistas reunidos por el maestro Touzet para sus conciertos anuales de Los Cuatro Pianos, o interpretando sus “sabrosos” conciertos en el teatro de la Universidad de Miami. La recordamos en el Teatro Manuel Artime de la calle 8 y en la Roca del Colegio de Belen. Pero sobre todo la recordamos porque fue una excelente esposa y mejor madre, una señora encantadora siempre presta a sonreír y decir algo agradable.

Gracias Olguita por tu arte, cubania, humor interpretativo y  calidad humana. Los palmeros siempre te recordaremos.

Luisito Bravo, el idolo olvidado de Palma Soriano

Hijo de Palma Soriano, con una voz dulce y melodiosa, Luisito Bravo Pujals fue uno de los iniciadores del rock en español en Cuba. Su imagen de adolescente sonriente con la guitarra en bandolera cautivó la imaginación de millares de jovencitas.
Cuando llegó a La Habana en 1959 ya había sido solista de Los Rítmicos, un conjunto de adolescentes palmeros que lo mismo interpretaba una ranchera, un tango o música bailable cubana.
Pero el rock americano había entrado con fuerza en Cuba y un día de 1959 decidió probar suerte en La Habana donde a través de otro palmero, René Puig, contacta con el agente artístico Heliodoro García que le encamina en el competitivo mundo de la música profesional. En los estudios de Radio Salas, en San Rafael y Consulado, graba varios números entre ellos “Elenita” y “Dame un poco de tu amor”. Allí hace amistad con Ricky Orlando y  pronto estará cantando en el cabaret Nacional de Prado.
Es entonces que  el venezolano Gumersindo Castro, dueño de la disquera Velvet comprende su talento y le graba dos Long Playing (Luis Bravo y Tus Canciones) y once SP de 45 rpm con dos y cuatro canciones cada uno. En menos de tres años hace una brillante carrera con sus versiones en español de aquellas canciones popularizadas por los grandes cantantes de la época de oro del rock and roll. Con “Ya tu ves” de Fats Domino y “Tiernamente” (Tornasorrento de Elvis Presley) gana un disco de platino en 1961 por más de 500 000 copias vendidas; “Oh Carol” (de Neil Sedaka) y Adán y Eva (de Paul Anka) vendieron más de 200 000 copias gracias a lo cual recibió el primer disco de oro; poco después recibiría el segundo por las ventas de “El Fantasma del Circo” y “Tus Canciones” que superaron las100 000 copias.  
El nivel de popularidad de sus rock lentos y baladas rock en una isla que apenas tenía 6 millones de habitantes y en cuyos escenarios se presentaban los artistas internacionalmente más famosos (desde Lucho Gatica hasta Pedro Vargas) no han sido alcanzado, ni antes ni después, por ningún otro cantante cubano de ese género musical. Un triunfo que abrió el camino para muchos otros cultivadores del rock que siguieron sus pasos.
Pero las intervenciones de teatros, clubes, disqueras y emisoras de radio y televisión que entorpecieron la divulgación estable, imprescindible para el artista y el temor del nuevo gobierno a la rebeldía juvenil que el rock simbolizaba conllevó a presiones políticas de todo tipo. Rescatar las raíces musicales fue casi un grito de guerra y Luisito Bravo, en la cúspide de su fama, decidió emigrar.
En el exilio, su éxito se apagó como el de tantos otros. Todos le olvidaron, aquí y allá, sus canciones desaparecieron de la radio y los traganickeles. Y quizás decepcionado por una carrera artística arruinada cuando apenas comenzaba se entregó a la bebida hasta que una cirrosis hepática acabó con su vida en 1999. 
A la música cubana no le fue mucho mejor. Se cerró al mundo prohibiendo a cualquier cantante con suficiente popularidad para competir con el gobierno. Y aunque muchísimos años después el otrora proscrito John Lenon fue eternizado en una estatua de un parque habanero, de nuestro Luisito apenas queda un recuerdo en el corazón de los que alguna vez, siendo adolescentes, le aplaudimos. Pero algún día en una Cuba libre tendrá su estatua.